Hablemos de lo ocurrido en Seattle a finales de noviembre y principios de diciembre pasados a propósito de la cumbre ministerial de la Organización Mundial del Comercio (O.M.C.) ¿Qué significado extrae de lo acontecido ?
Pienso que fue un acontecimiento muy significativo. Reflejó un sentimiento general que ha ido desarrollándose y creciendo en intensidad en buena parte del mundo. Lo interesante de Seattle fue, ante todo, que los eventos pusieron de relieve programas muy elaborados de educación y organización y mostraron lo que puede lograrse con ellos. Segundo, la participación tuvo un carácter extremadamente amplio y variado. Allí se dieron cita comunidades que raramente habían colaborado en el pasado, tanto en el ámbito internacional – representantes del tercer mundo, de los indígenas, campesinos y sindicatos, etc.-, como aquí en los EE.UU. – ecologistas, una amplia participación sindical, y otros grupos con intereses heterogéneos pero que mostraban un entendimiento común. Se trata del mismo tipo de coalición de fuerzas que un año antes bloqueara el Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (M.A.I.) y que se había opuesto tenazmente a «acuerdos» como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (T.L.C.A.N. – N.A.F.T.A.) o los de la O.M.C., que no son acuerdos, al menos si la población cuenta para algo. La mayoría de la población se ha opuesto a ellos. Se ha llegado a un punto de confrontación excepcional. Previsiblemente, ésta también continuará y creo que puede llegar a tomar formas muy constructivas.
¿Alguna lección que extraer de Seattle ?
Una lección sería que la educación y la organización, cuando son llevadas a cabo con el debido cuidado, a largo plazo compensan. Otra, que la postura de un sector importante de la población mundial y de los EE.UU., me atrevería a decir que probablemente de la mayoría de quienes han reflexionado sobre estos temas, oscila entre la preocupación por los procesos contemporáneos y la firme oposición a ellos, sobre todo por el ataque frontal que suponen contra los derechos democráticos y la libertad de tomar tus propias decisiones, por la subordinación general de todas las cuestiones a la maximización de los beneficios, y por la dominación ejercida por un reducido – muy reducido – sector de la población mundial. La desigualdad global ha llegado a unos niveles sin precedentes.
La reunión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (U.N.C.T.A.D.) se celebró recientemente en Bangkok. Andrew Simms escribía en el Guardian Weekly a mediados de febrero que «la U.N.C.T.A.D., investida con el debido poder y recursos, podría ayudar a superar ciertos defectos del sistema internacional» y que disfruta de «la entera confianza de los países en vías de desarrollo.»
Eso es un tanto exagerado. La U.N.C.T.A.D. es básicamente una organización para la investigación. Carece de poder vinculante. Refleja hasta cierto punto los intereses de los así llamados países en vías de desarrollo, los países más pobres. Esa es la razón por la que se encuentra tan marginada. Por ejemplo, hubo muy poca información sobre la conferencia de la U.N.C.T.A.D. en los EE.UU. aparte de algunos retazos en la prensa económica. La U.N.C.T.A.D. tiene en cuenta al tercer mundo, al Sur, pero, por regla general, se la ignora cuando se hace eco de las preocupaciones de la gran mayoría de la población mundial. Un ejemplo con importantes repercusiones en la actualidad es la iniciativa que presentó hace 30 años la U.N.C.T.A.D. para estabilizar los precios de bienes de consumo con el simple objeto de que los campesinos pobres pudieran sobrevivir. La industria agropecuaria puede hacer frente a un colapso en los precios durante un año ; los campesinos pobres no pueden decir a sus hijos que esperen hasta el año próximo para comer. Las propuestas eran semejantes a políticas adoptadas rutinariamente en los países ricos, pero fue bloqueada por éstos siguiendo el consejo de «sensatos economistas liberales» – como dice la especialista en economía política Susan Strange -, consejo que habitualmente se sigue si incrementa los beneficios y el poder, y si no, se ignora. Una consecuencia ha sido el abandono de la producción de «cultivos legítimos» (café, etc.) en favor de la coca, la marihuana y el opio, los cuales no están sujetos a ruinosas fluctuaciones en los precios. La reacción desde los EE.UU. es imponer castigos aún más severos a los pobres, fuera y dentro del país, que se verán intensificados el próximo año si las propuestas actuales son implementadas.
No se trata del único caso. La U.N.E.S.C.O. fue debilitada por razones bastante similares. Pero hablar de la «entera confianza de los países en vías de desarrollo» es una exageración. No hace falta sino echar un vistazo a las publicaciones editadas en el tercer mundo, por ejemplo, por la Third World Network de Malasia. Una de sus más importantes publicaciones es la Third World Economics. En un número reciente aparecían varios informes muy críticos con la conferencia de la U.N.C.T.A.D. por su sumisión a la agenda de los poderosos. Es cierto que la U.N.C.T.A.D. es más independiente y que refleja en una mayor medida los intereses de los países en vías de desarrollo que, digamos, la O.M.C., la cual está dominada por los países industrializados. Luego sí, es diferente. Pero no hay que exagerar.
El tema de la desigualdad es ciertamente difícil de ignorar. Incluso el Financial Times comentaba recientemente que «a principios del siglo XIX la proporción de ingresos reales per cápita entre los países más ricos y los más pobres del planeta era de tres a uno. En 1900, era de diez a uno. Para el año 2000 había alcanzado la cifra de sesenta a uno.»
Eso es engañoso en extremo. Infravalora enormemente lo que está ocurriendo. La diferencia más acusada no es la que se da entre países, sino entre la población global en conjunto, que es una cálculo diferente. Dentro de los países, las divisiones se han acentuado bruscamente. Creo que en estos momentos se ha pasado de algo así como un 80 a 1 a un 120 a 1, en los últimos 10 años aproximadamente. Esas sí son cifras alarmantes. El 1 por ciento más rico de la población mundial actualmente tiene alrededor de los ingresos del 60 por ciento más pobre. Es decir, el equivalente a casi tres mil millones de personas.
En un artículo publicado en el New York Times, Thomas Friedman llamaba a los manifestantes de Seattle «una delegación de defensores de que la tierra es plana.»
Desde su punto de vista, eso sea probablemente correcto. Desde el punto de vista de los amos de esclavos, la gente que se oponía a la esclavitud seguramente parecían lo mismo. Si lo que quieres son cifras, un número reciente del excelente Left Business Observer de Doug Henwood revela los hechos globales. Ésta es una estimación reciente llevada a cabo por un economista del Banco Mundial. Sólo se remonta hasta 1993. En 1993, el 1 por ciento más rico de la población poseía tanta riqueza como el 57 por ciento más pobre. Eso son 2.500 millones de personas. La relación entre los ingresos medios del 5 por ciento más rico y el del 5 por ciento más pobre se ha incrementado de un 78 a 1 en 1988 a un 114 a 1 en 1993, y probablemente mucho más desde entonces. El índice de la desigualdad, el índice Gini, como se ha venido en llamar, ha alcanzado los niveles más altos de los que se tiene noticia, en términos de población global. Hay quien diría que todo esto no tiene mayor importancia si todos ganan, aunque sea desigualmente. Ese es un argumento terrible, pero no hemos de prestarle oídos porque la premisa es incorrecta.
¿Se podría decir que las acciones en las calles de Seattle son un soplo de democracia entre nubes de gas lacrimógeno ?
Yo diría que sí. Se supone que una democracia saludable no es algo que tenga que verificarse en las calles. Se verifica en el proceso de toma de decisiones. Por tanto, esto es un reflejo del debilitamiento de la democracia y la reacción popular contra ello, que no es la primera vez que se da. Se ha mantenido una larga lucha a lo largo de siglos por extender el alcance de las libertades democráticas, y se han logrado numerosas victorias. Muchas de ellas han sido alcanzadas de ese modo, no gracias a limosnas sino a la confrontación y a la lucha. En este caso, si la reacción popular toma una forma constructiva y organizada, puede socavar y revertir la tendencia altamente antidemocrática de los acuerdos económicos internacionales en los que se está enredando al mundo entero que, como digo, son ciertamente antidemocráticos. Naturalmente, uno tiende a pensar sobre la amenaza que representan contra la soberanía nacional, pero en la mayor parte del mundo aún es mucho peor. Más de la mitad de la población mundial no tienen, literalmente, ni siquiera en teoría, control sobre sus propias políticas económicas nacionales. Son meros receptores. Sus políticas económicas son diseñadas por burócratas en Washington gracias a la así llamada «crisis de la deuda externa», que es una construcción ideológica, no económica. Esto es, más de la mitad de la población mundial carece de la más mínima soberanía.
¿Por qué dice que la deuda externa es una construcción ideológica ?
Existe una deuda, pero a quién pertenece y quién es responsable de ella es una cuestión ideológica, no económica. Por ejemplo, existe un principio capitalista, al que nadie quiere prestar atención, por el cual, pongamos, si yo te tomo prestado dinero, yo soy el prestatario, siendo mi responsabilidad devolverte el dinero, y tú eres el prestamista y tú corres el riesgo de que no te lo devuelva. Ese es el principio capitalista. El prestatario tiene la responsabilidad y el prestamista corre el riesgo. Supongamos que siguiéramos ese principio. Tomemos, por ejemplo, el caso de Indonesia. Hoy por hoy, su economía está hundida porque su deuda asciende a cerca del 140 por ciento del producto interior bruto. Si rastreas los orígenes de esa deuda resulta que los prestatarios son un grupo de 100 a 200 personas implicadas en la dictadura militar y sus secuaces, que nosotros apoyamos en su día. Los prestamistas eran bancos internacionales.
Gran parte de la deuda ha sido socializada a través del F.M.I., lo cual significa que los contribuyentes del norte se hacen responsables de ella. ¿Qué ocurrió con el dinero ? Unos pocos se hicieron ricos, hubo cierta exportación de capital y cierto desarrollo. Pero a la gente que tomó prestado el dinero no se les hace responsables, sino que es la gente de Indonesia los que lo tienen que devolver. Ello significa vivir bajo programas de extrema austeridad, pobreza y sufrimiento. De hecho, es una tarea imposible devolver una deuda que ellos no contrajeron. ¿Y qué fue de los prestamistas ? Los prestamistas están protegidos de todo riesgo. Esa es una de las principales funciones del F.M.I. : proveer gratuitamente de seguros a todo riesgo a la gente que presta e invierte en créditos arriesgados. Por eso es por lo que se reciben tan altos dividendos, porque existe un alto riesgo. Ellos no tienen que hacer frente al riesgo, porque está socializado. Es transferido a los contribuyentes del norte a través del F.M.I. y otros mecanismos, como los bonos Brady. Es un sistema por el cual los prestatarios son eximidos de toda responsabilidad. Ésta es transferida a la masa empobrecida de sus propios países.
Estas no son cuestiones económicas, sino ideológicas. Y aún hay más. Existe un principio en derecho internacional que fue concebido por los EE.UU. hace más de 100 años cuando «liberaron» Cuba, es decir, cuando conquistaron Cuba para evitar que ésta se liberara de España en 1898. Entonces, cuando los EE.UU. asumieron el control de Cuba, cancelaron la deuda de Cuba con España con el muy razonable argumento de que la deuda era inválida ya que había sido impuesta al pueblo cubano sin su consentimiento, por la fuerza, bajo una relación de poder. Aquel principio fue reconocido más tarde en el derecho internacional, una vez más por iniciativa de EE.UU., y se conoce por el nombre de «deuda odiosa». Una deuda no es válida si ha sido impuesta esencialmente por la fuerza. La deuda externa del tercer mundo es una «deuda odiosa». Esto ha sido reconocido incluso por la representante estadounidense ante el F.M.I. Karen Lissaker, experta en macro-economía, quien señaló hace un par de años que si se aplicara tal principio la mayoría de la deuda del tercer mundo desaparecería.
Volviendo a Seattle y otro activismo reciente, Vivian Stromberg de M.A.D.R.E., la ONG basada en Nueva York, dice que hay mucho trasiego en el país, pero no hay movimiento.
No estoy de acuerdo. Por ejemplo, lo que ocurrió en Seattle ciertamente fue movimiento. Hace apenas un par de días unos estudiantes fueron arrestados por protestar contra la incapacidad de las universidades para adoptar las serias medidas contra las maquilas [sweatshops o «fábricas del sudor», en Centroamérica han recibido el nombre de «maquilas». N. del T.] que muchas organizaciones estudiantiles están proponiendo. Están pasando muchas otras cosas que a mí me parecen movimiento. Siguiendo con el tema de Seattle, en muchos aspectos lo ocurrido recientemente en Montreal es aún más dramático.
Se refiere a la reunión del Protocolo de Bio-seguridad…
Sí, en él se llegó a una especie de compromiso ambiguo, pero los bandos quedaron claramente definidos. Los EE.UU. se encontraban virtualmente solos en las negociaciones que buscaban un compromiso. Fueron secundados por un par de países más que también esperan beneficiarse de las exportaciones biotecnológicas, pero fundamentalmente se trataba de los EE.UU. contra el resto del mundo en un asunto muy significativo, el llamado «principio de precaución». Es decir, ¿existe el derecho de las personas a decir a un país «no quiero convertirme en conejillo de indias de algún experimento que estás llevando a cabo» ? A diferente escala, no cabe duda. Por ejemplo, si alguien del Departamento de Biología entra en tu oficina y te dice «Voy a hacer un experimento contigo. Voy a ponerte unos electrodos en el cerebro y hacer mediciones de esto y aquello,» a ti se te permite contestar «Lo siento, pero no voy a participar en tu experimento.» Y a él no le está permitido volver y dictarte, «Estás obligado a hacerlo, excepto si puedes demostrar científicamente que te va a perjudicar.» Pues los EE.UU. están insistiendo precisamente en esto último a escala internacional. En las negociaciones de Montreal, los EE.UU., que son el centro de las grandes industrias de biotecnología, ingeniería genética, etc., demandaban que el asunto fuera regulado por las normas de la O.M.C.. De acuerdo a esas normas, los conejillos de indias han de demostrar científicamente que el experimento va a resultar perjudicial para ellos, o, de otro modo, los trascendentales derechos corporativos prevalecen, y las empresas pueden hacer lo que les plazca. Es lo que Ed Herman llama «la soberanía del productor». Europa y la mayoría del resto del mundo insistieron en el principio de precaución, el derecho de las personas a decir «No quiero ser un sujeto experimental. No dispongo de pruebas científicas de que va a ser dañino para mí, pero no quiero tomar parte en el experimento.»
La cuestión de la seguridad en los alimentos, la irradiación, y la ingeniería genética parecen tocar la fibra sensible de mucha gente, traspasando las tradicionales fronteras entre derecha e izquierda, liberales y conservadores. Por ejemplo, los granjeros franceses, que son bastante conservadores, están furiosos con esto, como los granjeros de la India.
Existe una gran preocupación ante el hecho de ser obligado a convertirse en un conejillo de indias por intervenciones en el sistema alimentario, tanto en producción como en consumo, de consecuencias desconocidas. El pasado otoño esas preocupaciones se hicieron manifiestas también aquí, hasta el punto de que algo muy poco usual ocurrió. Monsanto, la principal compañía que está desarrollando la biotecnología y los cultivos producidos por ingeniería genética, empezó a caer en bolsa. Tuvieron que pedir disculpas públicamente y, al menos teóricamente, cancelar algunos de los proyectos más radicales, como los «genes exterminadores», genes que convertirían las semillas en infértiles para que, por ejemplo, los campesinos pobres de la India tuvieran que seguir comprando semillas y fertilizantes Monsanto a un precio desorbitado. Eso es muy poco usual, el que una corporación se vea arrastrada a esa posición.
En los EE.UU. es, esencialmente, una cuestión de clases. Entre los sectores más ricos y educados hay cierta tendencia a rechazar el convertirse en conejillos de indias, por ejemplo, comprando comida orgánica, que es más cara.
¿Cree que a partir de la cuestión de la seguridad en los alimentos la izquierda podría hacer llegar su mensaje a más gente ?
No lo veo como una cuestión de izquierdas particularmente. De hecho, las cuestiones de izquierdas son simplemente las cuestiones populares. Si la izquierda significa algo, es la preocupación por las necesidades, bienestar y derechos de la población en general. Así que la vasta mayoría de la población debería formar la izquierda y, en cierta manera, creo que así es. Es en ese sentido que una cuestión popular puede ser una cuestión de izquierdas. Hay otros asuntos también relacionados que es muy difícil mantener ocultos. Están saliendo a la superficie por todas partes, de manera dramática, de nuevo, en los países más pobres, pero también aquí. Consideremos, por ejemplo, el precio de los fármacos. Son desorbitados. En los EE.UU. son muchísimo más altos que en el resto de los países. Las medicinas en los EE.UU. son un 25 por ciento más caras que en Canadá y probablemente el doble que en Italia. Esto es debido a las prácticas monopolísticas favorecidas por el gobierno de los EE.UU. (incorporados posteriormente a las normas de la O.M.C.), mecanismos altamente proteccionistas llamados «derechos de la propiedad intelectual» que, en esencia, garantizan a las mega-corporaciones el poder cobrar precios de monopolio durante un largo período de tiempo. Esto está encontrando una fuerte oposición en África, Tailandia, y otros mucho sitios.
En África la propagación del SIDA es extremadamente peligrosa. Aquí, cuando Clinton o Gore dan un discurso, hablan de la necesidad que tienen los africanos de cambiar su comportamiento. Vale, de acuerdo, quizás los africanos deberían cambiar su comportamiento. Pero el elemento crucial es nuestro comportamiento, por el cual se garantiza que los productores (en su mayoría, aunque no en su totalidad, estadounidenses) tienen el derecho a cobrar precios tan altos que nadie los puede pagar. Según los últimos informes, alrededor de 600.000 niños al año adquieren el SIDA a través de sus madres, lo que significa que probablemente mueran de SIDA. Eso es algo que puede ser evitado con el uso de medicamentos que costarían un par de dólares diarios. Pero las farmacéuticas no permitirán que éstos sean vendidos bajo lo que se llama una licencia obligatoria, por la cual los países pueden producir las medicinas ellos mismos a un precio mucho menor que el cobrado por las farmacéuticas bajo condiciones de monopolio. Pronto puede haber 40 millones de huérfanos sólo a causa del SIDA en África.
Algo parecido está ocurriendo en Tailandia, y está produciendo protestas. En Tailandia y África tienen sus propias industrias farmacéuticas intentando hacerse con el derecho a producir medicamentos genéricos, que resultarían mucho más baratos que los vendidos por las principales corporaciones farmacéuticas. Ésta es una crisis sanitaria de enormes proporciones. Decenas de millones de personas se encuentran implicadas en ella. Y lo mismo está pasando en otras áreas : malaria, tuberculosis… Hay enfermedades que pueden ser prevenidas pero que se están cobrando un enorme número de vidas porque los medios para hacerlo se mantienen tan caros que la gente no puede usarlos.
¿Por qué, entonces, las corporaciones farmacéuticas tienen estos derechos al monopolio ? Éstas dicen que son necesarios debido a los costes de investigación y desarrollo. Pero eso es una falacia. Parte substancial de los costes es pagado por el público. Hasta principios de los noventa era un 50 por ciento, ahora quizá sea un 40 por ciento. Esas cifras subestiman el coste público real porque no tienen en cuenta la biología fundamental en la que se sustenta todo, la cual es financiada públicamente casi en su totalidad. Dean Baker, un gran economista que ha estudiado el asunto en detalle, se hizo la pregunta obvia. Se dijo, de acuerdo, supongamos que el público paga todos los costes, multipliquemos por dos el coste público y entonces pongamos la medicina a la venta, ¿qué pasaría ?. Baker estima que aún así se daría un ahorro colosal para los ciudadanos. Y no olvidemos que estamos hablando de las vidas de decenas de millones de personas en los próximos años.
Volviendo a los EE.UU., háblenos del movimiento estudiantil contra las maquilas. ¿Es diferente de anteriores movimientos que usted ha conocido ?
Es diferente, y es parecido. En algunos aspectos es similar al movimiento antiapartheid, excepto que en este caso se está criticando el propio núcleo de relaciones de explotación que permite alcanzar las increíbles cifras de desigualdad de las que hablábamos antes. Es algo muy serio. Y otro ejemplo de cómo distintas comunidades trabajan unidas. Mucho de esto surgió a partir del esfuerzo de Charlie Kernaghan del Comité Nacional de Trabajadores (National Labor Committee) de Nueva York y otros grupos dentro del movimiento sindical. Ahora se ha convertido en un importante tema para los estudiantes en muchos aspectos. Muchos grupos de estudiantes están presionando fuerte, tanto que, para contrarrestarlo, el gobierno de los EE.UU. se vio obligado a imponer una especie de código. Convocaron a líderes sindicales y estudiantiles para formar una coalición respaldada por el gobierno, a la cual muchos grupos de estudiantes se oponen porque opinan que no se va ni siquiera a acercar al fondo de la cuestión. Estos son asuntos que ahora mismo están siendo debatidos acaloradamente.
¿No están los estudiantes pidiendo a los capitalistas que simplemente que sean menos malos ?
Los estudiantes no están exigiendo el desmantelamiento del sistema de explotación. Quizá deberían hacerlo. Lo que están exigiendo son los derechos laborales que teóricamente están garantizados. En los convenios de la Organización Internacional del Trabajo (I.L.O. – O.I.T.), que es responsable de estos temas, se prohíben la mayoría de las prácticas, posiblemente todas ellas, a los que los estudiantes se oponen. Los EE.UU. no subscriben estos convenios. La última vez que lo comprobé, los EE.UU. no habían ratificado prácticamente ninguno de los convenios de la O.I.T.. Creo que es el peor historial del mundo después de quizá Lituania o El Salvador. No es que los demás países estén a la altura de los convenios, pero al menos los firman. Los EE.UU. no los aceptan por principio.
¿Qué está ocurriendo en su universidad, el M.I.T. ? ¿Existe algún movimiento alrededor del tema de las maquilas ?
Sí, y en muchas otras áreas. Hay unos grupos de estudiantes por la justicia social muy activos haciendo cosas continuamente, mucho más que hace unos años.
¿A qué es debido ?
Es debido a la realidad objetiva. Son los mismos sentimientos, razonamientos y percepciones que llevaron a la gente a las calles de Seattle. Los EE.UU. no están sufriendo como el tercer mundo. En Latinoamérica, tras 20 años de llamadas reformas, todo sigue igual. El presidente del Banco Mundial acaba de revelar que se encuentran donde estaban hace 20 años. Incluso en términos de crecimiento económico. Esto es inaudito. Los países en vías de desarrollo – no me gusta el término, pero es el usado para referirse al Sur – están saliendo de los noventa con una tasa de crecimiento menor que en los setenta. Las diferencias en riqueza están acrecentándose. Para el crecimiento económico, según todos los índices macro-económicos (crecimiento económico, productividad, inversión de capital), los últimos 25 años han sido un período relativamente lento comparado con los 25 años que le precedieron. Muchos economistas la llaman una «época de plomo» al compararla con la precedente «época dorada». Pero ha habido crecimiento, a pesar de ser más lento que antes. Para la mayoría de los trabajadores que no ostentan puestos de dirección, que representan la mayoría de la población activa, los salarios son quizás un 10 por ciento más bajos que hace 25 años. Eso, en términos absolutos. En términos relativos, muchísimo menos. Ha existido un crecimiento en la productividad y un crecimiento económico durante ese período, pero no ha repercutido en la población en general. Si se calcula la mediana, los ingresos están volviendo ahora poco a poco a lo que fueron hace diez años, muy por debajo de lo que fueron los diez y quince años previos. El período de los últimos dos o tres años es uno de moderado crecimiento económico. Lo califican de extraordinario, pero los dos o tres últimos años han sido más o menos como fueron los cincuenta o los sesenta, lo cual es alto dentro de los estándares históricos. Pero todavía se deja al margen a la mayoría de la población.
Los acuerdos económicos internacionales, los llamados «acuerdos de libre comercio,» están fundamentalmente diseñados para mantener este estado de cosas. Una de sus implicaciones es lo que se ha venido en llamar la «flexibilidad del mercado laboral,» que quiere decir que la gente no tiene seguridad laboral. Es la inseguridad que Alan Greenspan dijo una vez que era uno de los principales factores de una economía de ensueño. Si la gente tiene miedo, si no tiene seguridad laboral, no va a exigir unas mejores condiciones. Si tienen miedo a un realojamiento de los puestos de trabajo (que es una de las consecuencias de los mal llamados acuerdos de libre comercio) y se encuentran dentro de un mercado laboral flexible que implica que no tienen seguridad alguna, la gente no va a exigir mejores condiciones y mayores beneficios.
El Banco Mundial ha sido muy claro sobre el tema. Reconocen, y cito literalmente, que la flexibilidad del mercado laboral, que consideran esencial para todas las regiones del planeta, ha adquirido una mala reputación como un eufemismo que alude a la reducción de los salarios y el despido de los trabajadores. Ha adquirido una mala reputación merecidamente : Eso es lo que la «flexibilidad del mercado laboral» significa. Dicen que es esencial para todas las regiones del planeta, la reforma más importante, y sigo citando un informe sobre desarrollo del Banco Mundial. Ahí se demanda que se eliminen las barreras a la movilidad laboral y la flexibilidad salarial. ¿Qué quiere decir todo esto ? No quiere decir que los trabajadores puedan ser libres de ir allí donde deseen, por ejemplo que los trabajadores mexicanos vengan a Nueva York. Lo que quiere decir es que puedan ser despedidos libremente de sus trabajos. Quieren eliminar las barreras para echar a la gente de sus trabajos y para conseguir una flexibilidad salarial que significa flexibilidad hacia abajo, no hacia arriba. La gente, hasta cierto punto, se ha dado cuenta de esto. Se pueden esconder muchas cosas tras la glorificación del consumismo y la enorme deuda externa, pero es muy difícil ocultar el hecho de que la gente está trabajando muchas más horas semanales que hace 25 años para recibir a cambio unos sueldos que se han visto congelados o reducidos.
¿Qué está pasando con las universidades públicas en Massachusetts ?
Eso es mucho peor en varios aspectos. Está afectando principalmente a los estudiantes de origen pobre, de los suburbios o de clase trabajadora, muchos inmigrantes, minorías étnicas y demás. De todas maneras, creo que la mayoría de ellos pertenecen a la clase trabajadora blanca, los cuales tienen la oportunidad de salir adelante, en el sentido de convertirse en una enfermera o un policía. La presión que soportan es muy grande. No tienen el mismo margen de maniobra que se tiene en un colegio elitista. Pienso que eso tiene un marcado efecto disciplinario no sólo en lo que hacen, sino en lo que piensan. Las universidades también se encuentran bajo una gran presión.
¿En qué sentido ?
Mi parecer es, y no puedo demostrarlo, que existe la intención por parte de las autoridades estatales de, básicamente, debilitar las universidades públicas que ofrecen esas oportunidades a la gente pobre y trabajadora. Lo que está ocurriendo es que están subiendo el nivel requerido para la admisión en las universidades estatales, es decir, las universidades para pobres y trabajadores. Están subiendo el nivel para las admisiones pero no están haciendo nada por mejorar las escuelas de primaria. Es fácil predecir lo que va a ocurrir. Si se sube el nivel requerido para la admisión y no se mejora el nivel de las escuelas, va a haber menos gente que se clasifique, luego se reducen las admisiones. Esta reducción ha sido bastante acentuada en los últimos dos años. Si se reducen las admisiones, la legislación estatal y los hombres de negocios que tienen el poder entran en juego de nuevo. Éstos proponen que se reduzca el personal administrativo y docente, con lo cual las oportunidades se ven reducidas aún más. Se introduce así la flexibilidad del mercado laboral en las universidades, donde sus trabajadores tampoco gozarán de seguridad laboral y mostrarán un menor compromiso hacia la universidad. La tendencia a largo plazo es reducir o posiblemente suprimir el sistema de educación pública que está orientado hacia la gente pobre y de clase trabajadora. La alternativa quedará entre o bien no ir a la universidad o bien pagar 30.000 dólares al año en una de las universidades privadas.
Hablemos de Internet y de cuestiones de privacidad. Ciertas compañías están recopilando datos y perfiles sobre las preferencias personales de la gente. ¿Cuáles son las implicaciones ?
Las implicaciones pueden llegar a ser muy serias. Pero bajo mi punto de vista es algo secundario a otro tema, que es el del acceso a Internet. Las enormes fusiones entre medios de comunicación conllevan la amenaza de que van a ser capaces de dirigir el acceso a sitios favorecidos, es decir, de convertir Internet aún más en un servicio de compra a domicilio en vez de un medio de información e interacción. Norman Solomon, un estudioso de los medios de comunicación, ha señalado que a principios de los noventa, cuando el sistema estaba todavía bajo control del gobierno, generalmente se hacía referencia a Internet como una «autopista de la información.» A finales de los noventa, tras haberse regalado Internet a las corporaciones privadas sin que nadie se percibiera de ello, se pasó al «comercio electrónico», se acabó la «autopista de la información.»[1] Las mega-fusiones como la de AOL-Time Warner ofrecen las herramientas técnicas para asegurar que en Internet serás conducido a lo que ellos quieren que veas, no a lo que tú quieres ver. Internet es una herramienta formidable para la información, la organización y la comunicación. No cabe duda de que el mundo de los negocios tiene la intención de convertirla en algo muy distinto.
David Barsamian es fundador de Alternative Radio, Boulder, Colorado. Es un frecuente colaborador de Z y otras publicaciones.
Fuente: Noam Chomsky